JESUCRISTO, EL SALVADOR

¿Hablar de Jesucristo es difícil? Sí, si no se está sobremanera preparados, porque, de Jesús, podemos dar dos conceptos equivocados, pero que son, a mi modo de ver, los más difundidos entre los cristianos y aún, entre los no cristianos.
El primer concepto es que Jesús sólo fue un hombre, un verdadero hombre, de raza y cultura hebrea, que vivió hace unos 2000 años, que predicó por unos tres años y que tuvo su fin supliciado sobre una cruz. Este modo de ver a Jesús es histórico y basta. Del mismo modo se estudia a Julio César, Alejandro Magno, Carlomagno, etc.
El segundo concepto es que Jesús fue una pura idea divina. Dios crea el mundo, los ángeles, el hombre. Luego, habiendo caído el hombre en pecado, Dios lo redime por medio de su Hijo, que muriendo en la cruz (algunos sostienen que resucitó), instaura el Reino de Dios y restaura la obra que el pecado había estropeado.
Ahora prestad atención: si a este segundo concepto yo pongo en lugar del nombre Jesús, otro nombre, por ej. Buda, Confucio, Mahoma, el resultado sería siempre el mismo: Dios ha suscitado a uno u otro ser humano para llevar al hombre a la recta vía.
Además, el hombre histórico Jesús ha desaparecido, se lo ha olvidado. Lo que importa es la idea que Dios ha mandado a alguien para enseñarnos que no se olvidó del hombre.
¿Podremos preguntarnos cuál es la diferencia entre el cristianismo y otra religión?
¿Qué hacer?
Si queremos evitar estas dos deformaciones del Cristo debemos tener algunas ideas claras y desarrollarlas en el plano de nuestra existencia, no sólo de nuestro pensamiento.
La primera idea que debemos tener y sobre la cual debemos construir nuestra relación con Jesús de Nazareth es esta: el abandono absoluto de nosotros mismos en sus manos. Esto es posible si no nos ubicamos entre aquellos que lo aceptan según las dos concepciones equivocadas. Tu debes aceptar a Jesús en tu vida como me estas aceptando cuando te hablo. Tu lo debes escuchar como me escuchas a mí.
Podrás estudiar los Evangelios y hacer exégesis y teología, podrás emprender mil búsquedas sobre la figura histórica de Jesús, tratar de resaltar con precisión las palabras dichas por Él, estudiar todas las características de su personalidad, en fin, poseer toda la sabiduría y la ciencia sobre Él, pero hasta que no lo aceptes como Señor de tu vida y hasta que no aceptes el riesgo de confiarte a Él, no serás su discípulo. Sólo luego de haber aceptado y amado a Jesús mismo en cuanto tal, más allá de lo que sabemos de Él, comienza la verdadera relación con Él y la relación consiste en un abandono absoluto de tu mismo en sus manos.
Pero antes de abandonarte a Él tu debes hacer otra cosa, debes tener otra idea sobre la cual construir.
De Jesús debes tener la idea que Él no es un héroe para imitar, como puede serlo Hércules, Ulises o Napoleón.
No es tampoco un santo como San Francisco, con el cual yo puedo entrar en diálogo, le rezo, lo invoco, creo que él está en Dios, definitivamente salvado.
Cuando dos personas se aman: ¿qué hacen? Tratan de estar juntas. De tal modo juntas que algunas veces se convierten en una sola cosa, como en el matrimonio.
Pero: ¿el amor está sólo circunscrito a la unión de los cuerpos? ¿O va más allá del tiempo y del espacio? Entonces: ¿el amor dura sólo el tiempo de la unión o continúa aún cuando la experiencia sexual concluye? ¿El amor dura sólo cuando los amantes están juntos, o continúa también cuando están lejos uno del otro?
El amor es una experiencia que va más allá del espacio y del tiempo y los amantes se aman cuando están juntos y cuando están separados, cuando son jóvenes y cuando son viejos, se aman más allá del espacio y del tiempo.
¿Ahora entiendes dónde quiero llegar? Quiero llegar a decirte que tu puedes amar a Jesús de manera personal con un amor verdadero, genuino, directo.
Entonces, puestas estas dos premisas: abandono a Él y amor por Él, es realmente posible amar a Jesús más allá de todos los tiempos y de todos los espacios.
Leamos ahora los Evangelios. Ellos no son sólo un relato de su vida sino que son luz para nuestra existencia. Son buenas noticias que Él nos da, son la respuesta a nuestros problemas, son luz en nuestro camino, son alegría para nuestra existencia.
Leyendo la Sagrada Escritura sentimos lo que este hombre concreto, vivo, presente, tiene para decirnos concretamente.
Dejémonos decir por Él las cosas que de otra manera no conoceremos en toda nuestra vida. Frente a Él resulta posible elegir la vía de la gracia, llegando a ser no simples imitadores sino sus seguidores, a condición que decidamos echarle los brazos al cuello y aferrarnos firmemente a Él.
Este amor por Jesús no nos será dado simplemente desde el comienzo. Debe crecer y madurar. La intimidad y la delicadeza con Él a la que debemos aspirar, es el fruto de la paciencia, de la plegaria, de la profundización continua de la Escritura por medio del don del Espíritu Santo.
No es posible procurarse el amor hacia nuestro Salvador de manera indiscreta y violenta. Siempre es un don puro. Pero siempre podemos decir y afirmar con certeza que el deseo de tener tal amor es ya un inicio al cual se promete la plenitud.
Y ahora llegamos finalmente a describir de manera un poco más clara y precisa la relación entre nosotros y Jesús.
¿Quién es Jesús? Jesús es el portador de un mensaje definitivo que ya no podrán superar otros Mesías. En Él Dios se "fija" definitivamente. Jesús no es sólo el anunciador del Reino de Dios, sino que Él mismo es el Reino de Dios, llegado ya a nosotros de manera irrevocable. Esto es posible porque Dios ha elegido transformarse en realidad humana en el hombre Cristo Jesús.
Jesús es el profeta que tiene la pretensión de ser la palabra última, insuperable, definitiva, entre Dios y el mundo en la historia. El profeta que tiene la pretensión que esta palabra última y definitiva es la promesa de Dios de darse a la humanidad, no de dar algo creado por Él, sino de darse Él mismo.
Dejemos de discutir aquí todos los problemas cristológicos.
El nudo de todo el discurso se reduce a esta afirmación: si estoy realmente convencido que en Jesús, Dios me ha prometido a Sí mismo de modo irrevocable (la alianza nueva y eterna), de esa manera simple y lineal ya he tomado y comprendido toda la cristología.
Consideremos ahora nuestra relación de amor con Jesús. En primer lugar, debemos decir que no somos nosotros los primeros en tomar la iniciativa. Siempre somos los que respondemos ya que hemos sido tocados antes por el amor de Dios, el solo que hace posible nuestro amor.
La radicalidad del amor por Jesús el Cristo se hace necesariamente posible por la fuerza proveniente del amor ofrecida ya desde siempre a nuestra libertad, fuerza que es, en última instancia, Dios mismo, el Espíritu Santo.
La prueba última y realmente decisiva de tal posibilidad está dada por el hecho que antes de nosotros y junto a nosotros hubo y hay hombres, los cuales han hecho de Jesús el centro de sus pensamientos, de sus voluntades, de su amor y de toda su existencia.
¿Qué sucede cuando amamos verdaderamente a Jesús? En primer lugar podemos estar tranquilos que amamos a un hombre concreto y no a una idea.
En segundo lugar todo aquello que puede suceder en un común amor entre dos seres humanos, no sucede con Cristo.
El amor humano por muy grande que pueda ser, tiene siempre una reserva de miedo. Miedo de no alcanzar a amar al otro como merece, miedo que el otro pueda rechazar nuestro amor, miedo que el otro traicione nuestro amor, miedo que nuestro amor por el otro sea un capricho pasajero, miedo que el tiempo vaya desgastando nuestro amor, miedo a la muerte del ser amado, etc.
El amor por Jesús no puede incluir nuestros miedos, porque se apoya en el amor de Dios creador de amor, que en el mundo ha sido claramente tangible e irreversible sólo en Jesús de Nazareth.
Allí donde el amor puede dejar caer todas sus reservas de manera definitiva y con seguridad absoluta, allí se ama a Jesús.
De ningún modo se avanza en la vida espiritual, sino imitando a Cristo, que es el camino, la verdad y la vida. Y ninguno va al Padre sino es por medio de Él, como Él mismo dice en San Juan. En otra parte agrega que Él es la puerta: si uno entra a través de Él, estará a salvo. Por eso un cristiano no es un verdadero cristiano si quiere avanzar con comodidades espirituales y materiales rechazando la imitación de Cristo.
Por eso el buen cristiano debe comprender el misterio de Cristo, puerta y camino para unirse a Dios y sepa que cuanto más se hace seguidor de Él en las acciones y en la plegaria, tanto más se une a Él y cumple una gran obra. Cuando luego llegue, a través de la imitación, a ser conforme a Cristo en la muerte, entonces se cumplirá la unión espiritual entre el alma y Dios. Este es el estado más alto de perfección al que se puede llegar en este mundo.

Don Vicente

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