¿ES INMINENTE LA VENIDA DEL SEÑOR?

Esta pregunta surge de cuantos hacen referencia a lo que la Virgen dijo en sus mensajes. En el del 1º de noviembre de 1987, decía así: Queridos hijos: Nuestro Señor hace resplandecer Su Rostro y los salva. Prepárense entonces Uds. Sean conscientes de Su inminente venida. No sean sordos a la palabra de Dios, el Santo Evangelio. En el mensaje del 1º de febrero de 1988 decía: Hoy los invito a todos Uds. en modo particular, a reforzar su fe en Dios. Hoy han estado llamados a un deber particular que Él, en Su misericordia, ha querido confiarles: anunciar al mundo Su inminente venida.
En un análisis superficial y demasiado circunscripto, parece que se deba dar una respuesta afirmativa a la pregunta que es el título de este artículo, pero no correspondería a una verdad completa. Es una verdad parcial que requiere mayor profundización y discernimiento, y ya se sabe que cuando se habla de verdad con respecto a las cosas de Dios, es necesario hablar de la verdad toda entera bajo la guía del Espíritu Santo (cf. Jn 16, 12-15).
Y es precisamente el Espíritu Santo, que habla por boca de sus profetas en las Sagradas Escrituras y en el Magisterio de la Iglesia, el que nos da la medida de cuanto hemos leído en los mensajes de la Santísima Virgen. Un paso importante referido a esta medida nos lo ofrece el apóstol Pablo en su segunda Carta a los Tesalonicenses (2, 1-7): "Ahora os rogamos, hermanos, con respecto a la venida del Señor Nuestro Jesucristo y a nuestra reunión con Él, no dejarnos tan fácilmente confundir y turbar, ni por pretendidas inspiraciones, ni por palabras, ni por alguna carta hecha pasar por nuestra, que el día del Señor sea inminente. ¡Nadie os engañe de ningún modo! Porque antes tiene que venir la apostasía y manifestarse el hombre impío, el hijo de la perdición, aquel que se contrapone y se alza contra todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta llegar a instalarse en el Templo de Dios, presentándose como si fuera Dios... El misterio de la iniquidad ya está actuando. Sólo falta que desaparezca el que lo retiene."
Parecería haber una discrepancia insalvable entre el mensaje mariano y el texto de la Carta paulina, pero no es así.
La Santísima Virgen misma, cuyo Corazón es morada del Espíritu Santo, nos da el sentido pleno de sus palabras si nosotros tenemos presente el conjunto de los mensajes, no tomados aisladamente por partes, sino el mensaje global. Sólo así podremos ver no la contraposición sino la concordancia entre el mensaje mariano y el mensaje paulino. Veamos estas concordancias.
El apóstol Pablo nos habla de tres elementos que deberán emerger antes de que se pueda hablar de la venida de Nuestro Señor Jesucristo: la apostasía, la revelación del hombre inicuo, la eliminación de quien lo retiene.
Si observamos bien, con tonos análogos pero más apenados, la Santísima Virgen nos habla en su último mensaje (1º mayo 1988) de algunos momentos similares a aquellos descritos por San Pablo. En efecto, dice:
"... después del período de Paz...sucederá que muchos se alejarán de Dios, se avergonzarán de Él... Terminado el período de Paz sucederán muchos eventos desagradables...esto porque muchos se relajarán de nuevo y se olvidarán de Dios y de sus Leyes..."
La Santísima Virgen no nos describe los tres momentos como los ha descrito San Pablo, pero nos da las mismas coordenadas a través de las cuales cada uno pueda reconocer los signos de los tiempos. En efecto, los términos que usa, o sea: alejarse de Dios, avergonzarse de Dios o avergonzarse de la propia fe, el relajarse en sus costumbres, el olvidarse de Dios, son los hechos que nos llevan, o mejor dicho, que traducen el concepto de apostasía.
Aquí no son mencionados los otros elementos descritos en la carta paulina, aún si es posible entreverlos y reconocer sus huellas en varios mensajes, pero esto no es importante. En cambio es importante el hecho que Maria no quiere decirnos cuándo sucederá, ni tampoco qué cosa sucederá, pero lo que sucederá requiere nuestra vigilancia y preparación desde ahora. No importa si en ese tiempo estaremos o no. Lo importante es si nos hemos preparado a nosotros mismos y a nuestro prójimo, comenzando desde el ámbito familiar, al encuentro con el Señor Jesús que viene al término de nuestro peregrinar terreno, o al fin de los tiempos.
¿Y entonces, cómo conciliar esta inminencia anunciada por la Santísima Virgen con cuanto nos dice San Pablo? La respuesta la encontramos en el sucederse de los mensajes, sobre todo en aquel de febrero.
Rosario preguntó a la Virgen cómo obtener la fuerza necesaria para adecuarse al cumplimiento de anunciar la venida del Señor.
Maria le respondió: La obligación es simple. Muchos han olvidado que ser verdaderos cristianos quiere decir anunciar la Buena Nueva. Jesús ha instituido los Sacramentos para la santificación de Sus hermanos y también para la fortificación de sus almas. Con frecuencia muchos se dicen cristianos y no se dan cuenta que ellos mismos son causa de la fe perdida. Cada uno de Uds. debería profundizar su fe, para luego convertir al prójimo.
La Santísima Virgen se muestra siempre Madre de Sabiduría. En efecto, no se trata de un anuncio descolgado de cuanto el Evangelio, los Apóstoles y el Magisterio de la Iglesia nos han enseñado. Es un anuncio evangélico, de un testimonio en palabras y obras de la propia fe en Cristo Jesús muerto y resucitado por nosotros y por nuestra salvación y que -como profesamos cada domingo en el Credo-, "...de nuevo vendrá en la Gloria para juzgar a vivos y muertos...".
Se trata entonces, de un testimonio y de un anuncio que se nos pide a cada uno de nosotros para que seamos un instrumento en las manos del Señor para la conversión del prójimo. ¿Esto basta para conciliar la aparente discrepancia entre el mensaje de Belpasso y la carta paulina?
Parece que sí, si consideramos otro párrafo del Nuevo Testamento.
En el Evangelio según San Mateo, es el mismo Jesús que nos habla de su regreso glorioso, pero con palabras adecuadas al tiempo en que se expresa: "En cuanto a aquel día y a aquella hora, ninguno lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre" (Mt 24, 36).
Esta inminencia, anunciada por Maria se extiende en un arco de tiempo que es indefinido e indefinible en términos cronológicos, pero puede y debe ser entendida sólo como una ayuda para leer mejor los signos de los tiempos. Será así un eco a la voz de Jesús: "Velad entonces, porque no sabéis el día en que el Señor vendrá" (Mt 24,42).
Por otra parte, el origen del término "inminente" (en latín, "imminens") estaría relacionado con algo que no tiene un sentido estrictamente cronológico, significando algo que depende de lo alto, lo que nos acercaría más al contexto evangélico. Maria no usaría términos cuyo significado se aleje de los evangélicos.
Luego, el hecho que San Pablo trate de redimensionar el estado de ánimo de sus hermanos "quasi instet dies Domini" (el día del Señor está casi por llegar) es debido a la particular situación que se había creado en la comunidad de Tesalónica. Allí se hacían demasiadas preguntas y demasiadas elucubraciones sobre la fecha de la Parusía, a las cuales San Pablo se negaba a responder con un límite cronológico, retomando la afirmación del Señor sobre la incertidumbre de su última venida.
¿Cómo no ver una análoga actitud en algunos que en nuestros días tratan de hacer inútiles conjeturas sobre el día de la llegada del Señor?
¿Y cómo no ver en la prudente reserva de la Iglesia la misma actitud de San Pablo cuando pone la atención más sobre la vigilancia, que sobre las estériles búsquedas de fechas?
A este propósito traemos una iluminada reflexión de Mons. Rino Fisichella, obispo auxiliar de Roma, en la introducción al comentario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre el mensaje de Fátima: "En el Nuevo Testamento la profecía nunca se da como un elemento que crea miedo y angustia, y menos, como una forma de condena. El análisis desapasionado de la profecía, al contrario, lleva a verificar otros elementos. Sea en los Hechos de los Apóstoles o en las Cartas de San Pablo, los profetas tienen un deber preciso: éste consiste en "consolar", "dar coraje", y "fortificar" a los creyentes (cf. Hech 15,32; 1Cor 14,3). Cada forma de profecía, entonces, que se aleje de esta perspectiva, no podría ser considerada una genuina profecía cristiana".
Esta inminencia, entonces, no debe ser sobrevaluada ni exaltada si se la separa del contexto del gozoso anuncio evangélico, porque se pecaría contra la verdad "toda entera", tal como el Espíritu Santo nos la revela en las Sagradas Escrituras y en el Magisterio infalible de la Iglesia. Debe ser tenida presente según el significado que ha sido dado más arriba, o sea, como un motivo para velar sobre algo que sobresale, y que como un ladrón en la noche, llega de improviso (cf. Mt 24, 42-44).
Ya se ha dicho cómo es necesario evangelizar: testimoniar la propia fe en el momento y en el lugar en que uno se encuentre. En este sentido, cualquier situación puede ser un campo de misión para el cristiano.
Para la Santa Iglesia, primer campo de misión son las familias, tal como el Santo Padre Juan Pablo IIº declaró en la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio de 1981, y en la Carta a las Familias de 1994, reconociendo que "... la familia es la primera y más importante..." de las vías de la Iglesia.
La Santísima Virgen, con previsora premura maternal en sus mensajes, recurre frecuentemente a expresiones que expresan su atención hacia las familias, al punto tal de exhortarlas a la consagración a Su Corazón Inmaculado.
Hay varias motivaciones y varios puntos de reflexión para acoger con un amoroso abrazo este pedido pleno de solicitud, y en otra ocasión se hablará sobre él más ampliamente. Damos aquí un resumen que puede ser motivo de meditación: la familia fue declarada "iglesia doméstica" por el Concilio Vaticano IIº y constituye la célula base de toda la Iglesia. La primera Iglesia nació en la Sagrada Familia de Nazareth, y como ella fue para Jesucristo lugar de formación y de crecimiento en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres (cf. Lc 2,51-52), así la familia de cada uno representa para el cristiano un análogo lugar de crecimiento y de formación que testimonia la fe, la esperanza y la caridad ante Dios y ante los hombres.

 

Luis Maria

 

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