LA CONFESIÓN

La Penitencia es el sacramento de la reconciliación del pecador con Dios, a través de la confesión de sus pecados y obtenida con la absolución sacramental, expresada con la fórmula trinitaria: "Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".
No hay acción litúrgica del misterio de la salvación que no requiera primero la reconciliación con el Señor. La celebración eucarística, que es el Sacramento por excelencia, está precedida por el "Confiteor" de la asamblea, al cual se continúa la absolución general y la triple invocación del "Kyrie".

Con la reforma del Concilio Vaticano II, también el sacramento de la Penitencia fue renovado, pero aún falta una auténtica catequesis de los cristianos para recuperar su valor salvífico. Las ciencias sociológicas modernas y una práctica confesional no siempre correcta e iluminada, han alejado mucho a los fieles de la experiencia de reconciliación.
Muchos creyentes se sienten autorizados a un arrepentimiento y a una absolución personales, sin la confirmación por parte de los ministros de la Iglesia. Las motivaciones son muchas y colman los textos de liturgistas y teólogos.
De todos modos, para ser válido, el sacramento exige tres actos del penitente:

Ministro del sacramento es sólo el sacerdote designado para ese fin por el obispo. El color litúrgico es el violeta de la estola que el sacerdote se coloca para el acto de confesar.
Ya que este sacramento vincula al sacerdote con el secreto, habitualmente la confesión tiene lugar en el confesionario. Esta práctica está cayendo en desuso, porque los fieles prefieren el encuentro directo y personal. Sería un gran error pensar que el fin de la confesión sacramental es el absolver de los pecados cometidos, o de disponerse mejor a recibir la Eucaristía. El sacramento de la penitencia, por sí mismo e independientemente de los otros, tiene un gran valor sustancial y una extraordinaria eficacia para el desarrollo de la vida cristiana. Está claro que los sacramentos aumentan la Gracia si el alma ya la posee, con una eficacia de por sí infalible. Los sacramentos tienen una capacidad infinita de santificar a los hombres. De hecho, la medida de su efecto es proporcional a las disposiciones de quien recibe el sacramento. Las disposiciones no producen la Gracia, que proviene exclusivamente de Dios, pero constituyen la previa disposición material. De la misma manera el sol, en el orden físico, calienta más el metal que el fango, porque el metal es mejor conductor del calor.
Las disposiciones para recibir con el máximo fruto el sacramento de la penitencia son de dos especies: habituales y actuales.

  1. Disposiciones habituales.
  2. Las principales son tres y coinciden con el ejercicio de las virtudes teologales:

    a) Espíritu de Fe:

    El Tribunal de la Penitencia es el Tribunal de Cristo. En el confesor debemos verlo a Él, porque hace sus veces y ejercita el poder que ha recibido de Él (Jn. 20, 22-23). Los fariseos decían con razón, que sólo Dios puede perdonar los pecados (Lc. 5,21). Debemos entonces, aceptar los consejos del confesor como si provinieran de Cristo mismo.

    b) Máxima Eficacia:

    Es el Tribunal de la misericordia, el único en el cual se absuelve siempre al reo sinceramente arrepentido. Por eso el confesor no se llama juez sino padre y debe, como Jesucristo, estar lleno de misericordia, mientras el penitente debe acercarse a él con la confianza más absoluta y filial.

    c) Amor de Dios:

    Debe ser siempre muy vivo y tal de excluir el afecto a cualquier pecado, reavivando en nuestras almas un verdadero dolor por los que tuvimos la desgracia de cometer.

  3. Disposiciones actuales.

Ante todo, debemos acercarnos al Tribunal de la Penitencia como si se tratase de la última confesión de nuestra vida, de aquella que nos prepara al Viático y al Juicio de Dios. Necesitamos combatir enérgicamente el espíritu de lo habitual, poniendo el máximo empeño para obtener, con la Gracia de Dios, una verdadera conversión y renovación de nuestra alma.

Las disposiciones fundamentales que son necesarias para hacer una buena confesión son:

Para hacerlo bien es necesaria la máxima sinceridad y humildad, una actitud serena e imparcial que no excuse los defectos o los vea donde no están. El tiempo necesario para hacerlo varía según la frecuencia de las confesiones, la índole de cada alma y el grado de perfección en el que se encuentra.
Un medio excelente para simplificar este trabajo es el examen de conciencia cotidiano con anotaciones y de todo lo que se debe someter al Tribunal de la Penitencia. Bastarán así pocos momentos para hacer el resumen mental de las faltas antes de acercarse al confesor. Este método tiene la ventaja de descargar la memoria durante la semana y de eliminar la inquietud que nos podría ocasionar el olvido de algo por confesar.
Debe tenerse el cuidado de no perderse en detalles minuciosos, tratándose de pecados veniales. Más que el número exacto de las distracciones en la oración interesa controlar las causas. Son las malas tendencias del alma las que deben ser corregidas y esto se obtiene mucho mejor, atacando las causas que verificando el número exacto de sus manifestaciones externas.
Tratándose de pecados graves, sí es obligación precisar el número con exactitud o con la máxima aproximación.

Es la principal disposición pedida, junto al propósito, para obtener el mayor fruto posible de la confesión. La ausencia de dolor, si es consciente y voluntaria, hace sacrílega la confesión y aún en caso de buena fe, hace inválida la absolución. Entre las personas que se confiesan en general de culpas veniales, es más fácil de cuanto se cree la invalidez de la absolución por falta de un verdadero arrepentimiento. La misma levedad de tales culpas y la habitualidad con la cual son confesadas a menudo no valen para provocar el arrepentimiento.
Entonces, para la validez de la absolución es preferible no acusarse de las faltas ligeras de las que se es incapaz de evitar, ya que su acusación no es obligatoria, mientras que es más útil orientar el arrepentimiento y el propósito sobre algún pecado grave de la vida pasada del que se vuelve a acusar o sobre alguna falta actual de la que nos dolemos verdaderamente y de la que se tiene el serio propósito de no cometer más. La intensidad del arrepentimiento, sobre todo si surge de la contrición perfecta, está en proporción directa con el grado de Gracia que el alma recibirá con la absolución sacramental. Con una contrición muy intensa el alma puede obtener no sólo la remisión total de las culpas y de la pena temporal de las que hay que descontar en esta vida o en el purgatorio, sino también un aumento considerable de Gracia santificante capaz de hacerla avanzar a grandes pasos en el camino de la perfección.

Por falta de este propósito resultan inválidas un gran número de confesiones, sobre todo entre personas que frecuentan seguido el confesionario. No nos debemos contentar con el propósito general de no pecar más, muy vago para ser eficaz. Es necesario tomar la resolución concreta y enérgica de usar todos los medios necesarios para evitar esta o aquella falta particular, o de avanzar en la perfección de una determinada virtud. Controlémonos sobre este punto en el examen de conciencia cotidiano y expresemos al confesor nuestra fidelidad o nuestra indolencia.

Ésta debe ser:

    1. profundamente humilde: el penitente debe reconocer sinceramente sus miserias y comenzar a repararlas aceptando voluntariamente su propia abyección a los ojos del confesor. Cometen un gran error, entonces, las personas que cuando caen en una culpa humillante, van en busca de otro confesor para que el conocido no sospeche nada y no perdamos así su estima. No darán nunca un paso en la vía de la perfección las almas que conserven tan enraizado el amor propio y están muy lejos de la verdadera humildad de corazón. Aquellos que deseen santificarse de verdad, aún sin faltar a la verdad exagerando voluntariamente la calidad y el número de sus pecados, deben acusarse de la manera más humillante posible, sin tender a excusarse más que a acusarse.
    2. íntegra: no nos referimos tanto a la integridad en la acusación de la especie y del número de los pecados mortales, absolutamente indispensable para no convertir la confesión en sacrilegio, sino a la manifestación de las causas y de los motivos que han determinado estos pecados, para que el confesor pueda aplicar el conveniente remedio.
    3. dolorosa: las palabras deben manifestar el arrepentimiento sincero que colma al alma.
    4. frecuente: para que la confesión sea un ejercicio santificante, es necesario hacerla frecuentemente. Hubo santos, como San Vicente Ferrer, Santa Catalina de Siena, San Ignacio de Loyola, San Carlos Borromeo, San Alfonso Maria de Ligorio, que se confesaban todos los días, no porque hubieran sido escrupulosos o tuvieran dudas de conciencia, sino porque tenían sed de Dios y sabían que uno de los medios más eficaces para progresar en la perfección es el sacramento de la penitencia. El alma que aspira seriamente a la santidad no se alejará nunca de la confesión, por lo menos, semanal.

No hay dudas que la confesión así practicada será un excelente medio de santificación.

Derrama la Sangre de Cristo sobre nuestra alma, la purifica y la santifica. Por esto, los santos particularmente iluminados sobre el valor infinito de la Sangre redentora de Cristo, tenían verdadera hambre y sed de la absolución sacramental.

Aumenta la Gracia según la intensidad del arrepentimiento y del grado de humildad de aquel que se aproxima al sacramento.

Colma al alma de paz y de consuelo. Es ésta una disposición psicológica indispensable para realizar un verdadero progreso espiritual.

Acrecienta la luz en el camino de Dios. Después de habernos confesado comprendemos mejor la necesidad de perdonar las injurias, porque vemos con cuánta misericordia nos ha perdonado el Señor, o advertimos con mayor claridad la malicia del pecado venial.

Aumenta considerablemente las fuerzas del alma, dándole energías para vencer las tentaciones y fortaleza para el perfecto cumplimiento del deber. Como estas fuerzas tienden a debilitarse poco a poco, es necesario renovarlas con la confesión frecuente.

Así dice Maria Ssma. a Consuelo a propósito del sacramento de la penitencia:
"Este sublime sacramento fue instituido por Nuestro Señor Jesucristo con estas palabras: Como el Padre me mandó, también Yo los mando a vosotros. Luego de haber dicho esto, sopló sobre ellos y dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonen los pecados les serán perdonados y a quien se los retengan, les serán retenidos. Dios es el único que puede perdonar los pecados. Pero el Señor confiere este poder a sus elegidos, los hace participantes de su sacerdocio eterno y los eleva en dignidad por encima de los ángeles, haciéndolos similares a Sí, porque el sacerdote representa a Cristo y estas palabras lo testimonian: Quien los escucha a Uds. me escucha a Mí, quien los desprecia, Me desprecia.
El sacramento de la penitencia provoca en el alma efectos altamente sublimes y santificantes, revistiéndola de fuerza y de decoro.
Para confesarse bien es necesario: examen de conciencia, dolor de corazón, propósito firme de enmienda, confesión de los pecados al ministro del Señor y, si fuesen graves, decirlos todos y decir también la materia y el número de los mismos; luego cumplir la penitencia. De este modo el hombre, muerto por el pecado, resucita a la vida divina que es la Gracia.
Quien ha vencido a la muerte con el sacramento de la penitencia, no llegará a la segunda muerte.
...Las madres, en los nueve meses de gestación, alimentan a sus hijos con su propia sustancia, que pasa a través del cordón umbilical. Entre la madre y la criatura hay una unión perfecta y al mismo tiempo, necesaria para la vida del nuevo ser en proceso de desarrollo. Si por un instante ese cordón se rompiese, el pequeño, que depende de la madre, moriría sin ninguna posibilidad de vida. Todo esto, que puede suceder en un orden meramente natural, puede verificarse en un plano espiritual.
...El hombre, lo quiera o no, proviene de Dios...Así, cuando el hombre peca con un pecado que conduce a la muerte, rompe voluntariamente ese cordón umbilical a través del cual Dios mandaba su propia sustancia, que es participación de su vida divina. Y, alejado de Dios, el hombre muere espiritualmente, aún si tiene el nombre de quien vive.
...Que mis hijos no ofendan más a Dios, y si por debilidad el hombre peca, se acerque pronto a la gracia sacramental de la confesión y busque al Señor. No esperen para convertirse al Señor, atrasándolo de día en día. No te avergüences de confesar tus pecados, confiésalos, sin olvidar que quien te escucha, aún teniendo el aspecto de un hombre, no es un simple mortal, sino que es Cristo que actúa a través de sus ministros, que perdona los pecados y lleva la paz a las almas, que devuelve el gozo y la alegría a los espíritus.
El único modo ordinario con el cual un fiel consciente de pecado grave se reconcilia con Dios y con la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, es la confesión individual e íntegra y la absolución sacramental.
Así está establecido. No deben entonces hacer norma habitual los modos excepcionales y extraordinarios previstos por la Iglesia para situaciones muy particulares y determinadas. La confesión debe ser personal, porque personal es el pecado.
La preparación puede ser comunitaria. Luego mediten para el examen de conciencia y para el resto.
...Queridísimos, frecuenten los sacramentos. Para el resto, tomen fuerza del Señor y del vigor de su potencia. Revístanse de la armadura de Dios para poder resistir a las insidias del diablo. Nuestra batalla, en efecto, no es contra criaturas hechas de sangre y de carne, sino contra los espíritus del mal.
...Veo muchos confesionarios vacíos. Si los hombres tuvieran conciencia de sus propios pecados, todos los sacerdotes que actualmente están en la tierra deberían multiplicarse para impartir el sacramento de la penitencia, porque es inmenso el número de pecados y de pecadores impenitentes".

 

"...confiesen cada domingo: escúchenme, queridos hijos, porque así caminarán sobre una recta vía.
Hagan de modo que todos sus pecados les sean remitidos, de esa manera no serán obstaculizados en la santificación de sus almas..."

Belpasso, 1 julio 1987

"...Deben prepararse también para una buena confesión: que su examen de conciencia sea muy meticuloso.
Traten de arrepentirse realmente y de sentir un gran dolor de sus pecados. No sean orgullosos, no sientan vergüenza ante el Confesor. Finalmente se sentirán serenos y colmados de alegría, listos para vivir la Navidad. Si acaso no están en paz con Uds. mismos, un día antes de Navidad corran a confesarse, para que el Señor encuentre en sus corazones aquello que desea..."

Belpasso, 1 diciembre 1987

Bibliografía:

  1. A. Royo Marín: Teología de la Perfección Cristiana - Ed. Paulinas
  2. Consuelo: Maria, Sede de la Sabiduría - Ed. Ancora
  3. M. Calvagno: El Diario de Rosario Toscano

 

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