CRISTO, EL CUERPO DE DIOS

Meditación a las Hermanas Pías Discípulas, en ocasión de la Solemnidad de Jesús Maestro, Vía, Verdad y Vida

Durante las lecciones de catecismo, a los jóvenes que se preparan para la Confirmación, pregunté quién era para ellos el Señor Jesús. Cada uno decía lo que pensaba…Imaginen qué tipo de respuestas me han dado!
Cuando estaba perdiendo la esperanza que por lo menos alguno me diese una definición aceptable, un soldado, un herrero para más datos, me dijo: "
Cristo es el cuerpo de Dios".
De momento no hice caso a la respuesta, pero luego comencé a reflexionar sobre esta afirmación que me pareció fruto de la ignorancia. Pero entonces se verificó una vez más la profecía del Salmo: "
Ex ore infantium et lactentium, perfecisti laudem". Aquel simple e ignorante militar me dio la respuesta más profunda que jamás haya escuchado: "Cristo es el cuerpo de Dios".
Respuesta que trae los ecos de la primera Carta de Juan 1,1: "
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos tocado con nuestras manos, o sea la Palabra de Vida, es lo que les anunciamos".
He aquí el núcleo de la predicación de los Apóstoles y el fundamento de nuestra fe, y por el cual hemos optado por Cristo y no por otros. Nosotros creemos que Dios se ha hecho tangible, escuchable, comible, en Cristo. Cristo es la máxima y completa revelación de Dios.
Querría hacerles una pregunta, hermanas queridísimas, querría preguntarles por qué habéis elegido a Cristo, por qué habéis decidido consagrar vuestra existencia a Jesús de Nazareth. ¿Qué os ha impresionado de su adorable persona, qué palabra os ha herido el alma con tanto amor que, recordando a Carlos De Foucauld, habéis podido decir vosotras también: "Cuando comprendí que existía Dios, supe que no podía vivir más que para Él"?
Entonces Dios ha aparecido y tu has adherido a Él, con una adhesión que no se basó simplemente sobre la palabra autorizada de los Apóstoles, sino también sobre tu experiencia personal con Él. Nosotros no podemos aceptar y basta, es necesario que experimentemos su suave y dulce compañía.
Dios no es una idea abstracta. Dios no es un objeto de tratamientos filosóficos o teológicos. Dios es vida, vida vivida, experimentada, amada. Entonces, quien dice creer en Cristo, vivir en Él, no puede no comportarse sino como Él se comportó. De aquí la exigencia que nuestra vida, en cualquier estado en que se desarrolle, debe ser cristoforme, hasta llegar a poder decir con el gran Pablo: "
Ya no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí".
La vocación paulina, la vocación de ustedes, no puede estar centrada sino en el Maestro. Maestro que no es como los otros maestros. El habla con autoridad, Él no propone una doctrina, sino que se propone a sí mismo como doctrina, la verdadera, la única, aquella que puede dar sentido a nuestra mísera existencia. Considerad entonces vuestra vocación. No fueron llamadas a la nada, sino a convertirse en Todo. No se les propone una serie de normas a practicar, se les propone una persona para vivir, pero no para imitar.
No puedes imitar a Cristo. Él es inimitable, único e irrepetible, pero sí puedes hacer que tu vida se funda con la suya de modo tal que sea Él quien viva en ti, y tu a obrar en Él.
No existen dos personas iguales, pero puede haber dos personas que aún siendo distintas, puedan encontrarse unidas en un único ideal de vida, como los esposos en el matrimonio.
La vida con Cristo es vista por San Pablo como una unión de esponsales. Este es el misterio grande que los esposos gustan con su vida de unión y de fecundidad.
Habéis entonces elegido a Cristo como vida vuestra, por lo que es absurdo pensar una existencia que no sea la realización continua de aquello que Cristo hizo. El alma que ha elegido vivir en Cristo no puede no comportarse como Cristo se ha comportado.
Decían nuestros Directores espirituales que debíamos pensar qué hubiera hecho Cristo, cómo se habría comportado si hubiera estado en la situación en la que nosotros nos podríamos encontrar.
Parece una afirmación banal, porque puede hacernos caer en el fariseísmo. Cristo, encontrándose en situación de perder la paciencia, no la habría perdido. Entonces, como debo imitar a Cristo, no pierdo la paciencia.
¡No! No se puede razonar de este modo. El razonamiento debe ser otro: como Cristo vive en mí y yo no puedo permitir al hombre viejo que me domine. Esto sería vivir en contradicción e impedir a la vida divina manifestarse en mi persona.
Queridísimas hermanas, estamos llamados a ser espejos de Dios porque fuimos injertados en Cristo y los frutos no pueden ser distintos del árbol. Hemos elegido a Cristo como nuestra vida y lo hemos elegido porque Él es la verdad, esto es, Él es la persona en la que se manifiesta la realidad de Dios. Nosotros hemos creído que Él es aquello que debemos aceptar de Dios.
¿Acaso no lo afirmó Él mismo a Felipe, cuando éste le reprochó que aún no le había mostrado al Padre: "
Felipe, quien me ve, ve al Padre".
De esta opción fundamental nace la ascesis, o sea, el ejercicio de asemejarnos cada vez más a nuestro Maestro. "Yo soy el Camino". Este camino se sube con Él, vida nuestra, es el sendero de la santa montaña.
Una vez que has aceptado al Cristo, vive en Él y no podrás no caminar en Él y con Él hacia el encuentro del Padre.
La vida cristiana es alcanzar la deificación con Cristo, en Cristo y por Cristo. Aceptar a Cristo Maestro: Camino, Verdad y Vida, es el todo de la existencia humana.

Plegaria a Jesús Crucificado

Vengo a Ti, Señor Jesús
contemplándote clavado
en el leño de la Cruz,
trono real y tálamo nupcial.
Vengo a Ti, mi buen Maestro
y ya antes que me acerque
Tu has abierto los brazos para recibirme;
has inclinado la cabeza para escucharme;
has cerrado los ojos para no ver mis pecados;
has encadenado tus pies para no alejarte
de mí, indigno,
has roto tu pecho
y herido tu Corazón
para que yo entre, sin ningún obstáculo,
a través de estas puertas
en tu misericordia.
Vengo a Ti, mi dulce Redentor,
pensando en el Amor infinito
que te ha crucificado
y con confianza, hago mía la oración
del publicano, y el grito de la cananea:
"Señor, ten piedad de mí"
y con la pecadora,
de rodillas a tus pies,
lloro en silencio mis infidelidades,
y sin temor me aferro a Ti
como el hijo pródigo,
para que Tu abraces
a todos aquellos que, arrepentidos,
regresan a Ti.
Gloria a tu misericordia
por los siglos de los siglos.
Amen.

Don Vicente

 

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