LA CUARESMA

 

La Cuaresma es el tiempo fuerte por excelencia de la conversión y del regreso a Dios. En la liturgia emergen continuos llamados al sentido cristiano del pecado, a la humilde plegaria con la cual se pide perdón, a la caridad activa (ayuno y limosna) con las cuales se expresa la voluntad de conversión.
Valorizar este tiempo significa tomar conciencia de la continua llamada a redescubrir juntas, sea el recuerdo del propio bautismo, sea el recuerdo del misterio de la Pascua de Cristo y de nuestra pascua, unidos a Él.
En este tiempo de gracia la atención está dirigida a Cristo y al hombre y al misterio del Cristo que ilumina la suerte del hombre. La fe y la reflexión teológica de la Iglesia toman de la encarnación, pasión y resurrección del Hijo de Dios, la llave para interpretar toda la historia y la experiencia de la humanidad.
Baste pensar en el domingo último en el cual la Iglesia nos ha conducido al desierto con Cristo. Hemos visto a Cristo tentado por aquellas que son las tres tentaciones típicas de la humanidad: el sexo, el dinero y el éxito.
Dice Agustín que en el Cristo tentado ha sido tentado el hombre y en el Cristo vencedor de la tentación, el hombre ha vencido al demonio.
Una vez y para siempre Cristo ha salvado al mundo llevando la creación a su completa liberación y el hombre de fe puede ahora mirar al antes de Cristo en vista de Él y el tiempo sucesivo a su muerte y resurrección como el espacio para comprender y profundizar la extraordinaria riqueza de la Pascua hacia la cual caminar y en la cual esperar.
La Cuaresma entonces es el momento de la introspección, del examen de conciencia profundizado, del conocer nuestra miseria y la misericordia de Dios, nuestro pecado y su gracia, nuestra pobreza y su riqueza, nuestra debilidad y su fuerza, nuestra necedad y su sabiduría, nuestras tinieblas y su luz, nuestro infierno y su Reino.
La Cuaresma es el tiempo de analizar algunos principios espirituales fuertes como barras de hierro a los cuales los religiosos deben ceñirse para permanecer bien afirmados en el terreno fértil donde fructificar, pero también que deben tomar en sus manos como garrotes para golpear de raíz el mal antiguo siempre dispuesto a hacer inútil e ineficaz la acción de la gracia de Dios.
En esta meditación hablaremos de tres puntos de referencia de la vida espiritual:

  1. Conocer la propia miseria para conocer mejor a Dios
  2. Orar
  3. Ayunar

Nos ayudarán como siempre los Padres del desierto con sus maravillosos dichos:

a) Conocer la propia miseria para conocer mejor a Dios

Tres amigos, luego de haber abrazado la vida monástica, se interrogaban sobre la oportunidad de continuar con esa experiencia. Dos decidieron interrumpirla para ocuparse el primero, de reconciliar a las personas que no se llevaban bien, el segundo, de visitar a los enfermos. El tercero en vez, había decidido permanecer en el desierto.
Luego de algún tiempo, los dos primeros se desilusionaron de la vida activa y regresaron junto al eremita refiriéndole los desengaños y las desilusiones que probaron. El ermitaño, luego de permanecer un momento en silencio, tomó una pequeña fuente y derramó agua en ella. Entonces invitó a los dos primeros a espejarse en ella, pero en un primer momento, estando agitada el agua, no pudieron reflejarse en ella. Apenas el agua estuvo inmóvil, pudieron ver claramente los rasgos de sus rostros.
El eremita comentó esta acción simbólica con estas palabras:
"Aquel que está sumergido y envuelto en la agitación del mundo, no puede ver sus propios pecados, pero si en cambio permanece en la soledad, puede verse a sí mismo y pasar de la conciencia de sí a la conciencia de Dios".
Puede parecer que el ermitaño haya querido hacer desertar a los dos amigos de la vida de servicio al prójimo, pero no es así. El ermitaño sabía bien que el primero obedecía la palabra del Señor: "Feliz quien siembre la paz" (Mt. 5,9) y el segundo a la palabra: "Estuve enfermo y me habéis visitado" (Mt. 25,36). Pero a estas ocupaciones evangélicas les faltaba un dato que era el que les daba su dimensión evangélica: la unión con Dios, aquello que Cristo había definido como la parte mejor que sólo Maria había elegido. En otras palabras, estas ocupaciones se habían revelado dispersivas porque los dos eremitas había olvidado su propia debilidad y su propia miseria.
Recuerdo la palabra de un padre espiritual, que un día dijo: "¿Cómo es posible curar a los enfermos sin que antes no nos hayamos hecho curar de nuestro médico, sin haber sido inmunizados, no del dolor ajeno, sino de poder sobreponernos al ese dolor ajeno?".
En este campo el ateísmo, el orgullo y la presunción marchan parejos. He aquí la necesidad en la Cuaresma de volver a entrar en nosotros mismos para descubrir que Dios puede ser visto en la que el hombre toma conciencia de sus limitaciones. He aquí la necesidad de apartarnos, no tanto para huir de nuestros deberes, sino para mejor cumplimentarlos, gracias al silencio, al recogimiento, a la salmodia, a la oración y a la lectio divina.

b) Orar

Para los Padres era esencial que la oración fuera auténtica: querían que hubiera una perfecta correspondencia entre disposiciones íntimas y actos externos con las afirmaciones y las actitudes de la oración.
Abba Ireneo decía: "Muchos hombres, rezando, no rezan" porque su corazón y su vida no están en armonía con la oración. Este era uno de los más grandes dolores de los Padres, decía el Abba Silvano: "Ay del hombre que lleva un nombre más grande que sus obras", que tiene el nombre de monje, de religioso, de hombre de Dios, sin tener la vida de ello.
La oración, en otras palabras, debe brotar del corazón antes de salir de los labios. Exige alma y cuerpo dirigidos hacia Dios y no hacia el mundo. Impone obras conformes a la voluntad de Dios. Algunas veces no comporta ningún movimiento de los labios, pero exige siempre pureza y fervor de corazón.
Ser auténticamente religiosos implica armonía entre vida y oración. La obra del religioso deberá ser fuego, un fuego tal que donde penetre, consuma.
A un hermano que se lamentaba porque estaba oprimido por muchas pasiones, el Abba Poemen le dijo: "Las pasiones, hijo mío, no son otra cosa que abrojos y espinas. Pon el fuego ardiente de la oración y del amor de Dios y las quemarás completamente"
Y el Abba Evagrio decía a aquellos que se descorazonaban en la oración porque no alcanzaban a orar como querían: "Si no has recibido aún el carisma de la oración o de la salmodia, obstínate y lo recibirás".
Otro monje, muy celoso en la oración, se había adormecido. El demonio, sentado junto a su lecho, decía que se guardaría muy bien de despertarlo porque aquel monje, una vez despierto, se habría puesto inmediatamente a elevar loas a Dios, y lo habría echado. Satanás teme la oración de los monjes e aquella de los cristianos fervientes porque sabe que ella puede anular su acción.
Sin temor a equivocarnos podemos aplicar a los religiosos aquello que los Padres del desierto decían de los monjes: "La oración es el espejo del monje", de su intimidad, de su vida, de su trabajo. Si el monje no ruega a Dios, quiere decir que no se preocupa de Él. Si trabaja pero no ruega, su trabajo ya ha perdido o perderá pronto la impronta adoradora necesaria para que sea un trabajo de Iglesia, espiritualmente constructivo.

c) Ayuno

El ayuno, que puede ser practicado con formas antiguas o nuevas, es signo de conversión, de arrepentimiento y de mortificación personal y al mismo tiempo, de unión con Cristo crucificado y de solidaridad con los hambrientos y con los sufrientes.
Antes de emprender su misión en el mundo, el Señor mismo ayunó por cuarenta días y nos ha enseñado el ejercicio del ayuno. Para el Nuevo Testamento el ayuno es un medio de abstinencia, de arrepentimiento, de elevación espiritual.
Ya en el tiempo de los Apóstoles, la Iglesia ha proclamado su importancia pero sin proponer una ley fija, en cuanto esta práctica espiritual está directamente proporcionada a la capacidad del penitente de soportarla. "Asegúrate que ninguno te aparte de este camino trazado por la doctrina… si puedes soportar todo el yugo del Señor, serás perfecto; si no puedes, haz tanto como seas capaz. En lo concerniente al ayuno, obsérvalo según tu fuerza".
El auténtico ayuno está íntimamente ligado a la oración y al arrepentimiento sincero. "El ayuno, así como indica el término, significa abstenerse de alimento, pero el alimento no nos ha hecho nunca ni más justos ni más injustos" decía Clemente alejandrino, subrayando así que el verdadero valor del ayuno consiste en ser capaces de no convertirse en esclavos de las pasiones y del mundo. El ayuno de alimentos es un consejo ascético y la ascesis es una propuesta y no una ley, pero ayunar del pecado, esto sí que es una ley que es necesario poner en práctica.
Quiero concluir esta meditación con las palabras de San Clemente de Roma, que hemos escuchado en el Oficio de Lecturas del Miércoles de Ceniza:

"Estamos firmes en esta línea y adherimos a estos mandamientos. Caminamos siempre con toda humildad en obediencia a las santas palabras…Fijamos firmemente la mirada en el Padre y Creador de todo el mundo y aspiramos vivamente a sus dones maravillosos y a sus beneficios incomparables". A Él las loas y la gloria con su Hijo y con el Espíritu Santo, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.

Archimandrita Marco (Don Vincenzo)

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