LA TENTACIÓN
La tentación es la forma más común de la cual se sirve el demonio para ejercitar su nefasta acción en el mundo. Nadie queda exento, ni siquiera los más grandes santos. El alma experimenta sus asaltos en todas las etapas de la vida espiritual. Varían las formas, aumenta o disminuye la intensidad, pero la realidad de la tentación permanece.
También Jesús quiso ser tentado para enseñarnos cómo vencer al enemigo de nuestras almas.
Es deber específico del demonio tentar, pero no todas las tentaciones que asaltan al hombre provienen del demonio.
Algunas tienen origen en la propia concupiscencia, como dice el apóstol Santiago "Cada uno es tentado por sus propias concupiscencias, que lo atraen y lo seducen" (Sant 1,14). Pero está fuera de toda duda que muchas tentaciones son suscitadas por el demonio, que envidia al hombre y detesta a Dios.
Lo atesta expresamente la divina revelación:"Revístanse de la armadura de Dios para poder resistir a los asaltos del diablo. Porque nosotros no debemos luchar contra la carne y la sangre, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos esparcidos por el aire" (Ef 6,11-12).
Y San Pablo parangona el demonio a un león rugiente que gira alrededor tratando de devorarnos (I Ped 5,8).
No hay una norma fija o un signo claro que nos permita reconocer cuándo una tentación proviene del demonio o de otra causa. Pero cuando la tentación es repentina, violenta y tenaz, cuando no existe ninguna causa próxima o remota capaz de suscitarla, cuando turba profundamente el alma y sugiere el deseo de cosas extraordinarias y con apariencias, se la puede considerar como una intervención más o menos directa del demonio.
Cuando sentimos surgir en nosotros de improviso sentimientos malos (rencor, resentimientos, envidias, movimientos sensuales, fuertes tendencias a acentuar nuestro yo) podemos pensar que, además de la concupiscencia que está en nosotros, estos sentimientos pueden ser debidos a la intervención del maligno, sobre todo cuando son imprevistos.
El diablo, mucho más inteligente que nosotros, conoce bien cuál es nuestro lado débil y sobre él inserta su acción maléfica.
A aquellos que no viven una vida espiritual regular e intensa, el demonio proyecta el mal directamente, porque sabe que será muy fácil hacerlos caer. En vez, con aquellos que son más diligentes para cultivar su vida interior, busca rodearlos, asediarlos. Comprende, en efecto, que si propusiera el mal abiertamente, ellos reaccionarían y entonces busca de hacerlos desistir de las obras buenas.
Así por ejemplo, en almas empeñadas en la oración activa y perseverante, buscará de inculcarlos disgusto por la misma oración, de modo que sean estimulados a abandonarla y así debilitarles progresivamente su espíritu.
A quien no puede superar sus propios defectos, el demonio procurará sugerirle sentimientos de desánimo, abatimiento y desmoralización. Buscará convencerlo que es inútil insistir y que es tiempo perdido dedicarse a la oración, a la frecuencia sacramental, a las prácticas ascéticas.
Maria Ssma. así dice a Consuelo: "...El Señor odia el mal pero lo permite porque en justicia, debe dejar que el hombre elija su propio destino. El Señor descubre al ángel custodio algunas de las actitudes, de los defectos e inclinaciones que en el curso de la vida tendrá la criatura que se encuentra aún en el seno materno, para que conociéndolos, el ángel pueda prestar un servicio mejor a su protegido. Pero así como el ángel conoce las inclinaciones de la criatura, también los espíritus malignos las conocen, ya que estudian muy atentamente el carácter o el modo de ser que hará a la criatura más propensa y vulnerable a algunos vicios más que a otros...".
Dios consiente que seamos probados por nuestros enemigos espirituales para ofrecernos la ocasión de mayores méritos. Él no permitirá nunca que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas. "Dios es fiel y no permitirá que seáis tentados por sobre vuestro poder, pero con la tentación proveerá también el buen éxito dándoos el poder de sostenerla" (1 Cor 10,13).
Son innumerables las ventajas de la tentación superada con la ayuda de Dios. Humilla a satanás, hace resplandecer la gloria de Dios, purifica nuestra alma, nos llena de humildad, arrepentimiento y confianza en la ayuda divina, nos obliga a estar siempre vigilantes, a desconfiar de nosotros mismos esperando todo de Dios, a mortificar nuestros gustos y caprichos, estimula la plegaria, aumenta nuestra experiencia, y nos hace más circunspectos y cautos en la lucha. Con razón afirma Santiago que "...feliz es el hombre que soporta la tentación porque una vez probado, recibirá la corona de la vida que Dios ha prometido a aquellos que lo aman..." (Sant 1,12)
PSICOLOGÍA DE LA TENTACIÓN
Quizás en ninguna otra página inspirada aparece con tanta evidencia la estrategia usada por el demonio como en la narración de la tentación de la primera mujer, que ocasionó la ruina de toda la humanidad. El examen del relato bíblico muestra la riqueza de sus enseñanzas.
No siempre tenemos al tentador junto a nosotros. Algunos Padres y teólogos han considerado que junto al ángel custodio, designado por Dios para proveer a nuestro bien, hay un demonio designado por satanás para tentarnos e impulsarnos al mal. Tal suposición no encuentra apoyo en las páginas de la Escritura. Es más probable que la presencia del demonio no sea continua sino circunscripta a los momentos de la tentación.
En el Evangelio se lee que el demonio, luego de haber tentado al Señor en el desierto, se apartó de Él por algún tiempo. Pero aunque a veces se aleje, permanece el hecho que el demonio nos tienta a menudo.
A veces se presenta de improviso con el fin de sorprender. Más frecuentemente se insinúa cauto y más que proponer enseguida el objeto de la tentación, prefiere mantener un coloquio con el alma.
2. Primera insinuación
"¿Por qué Dios les ha ordenado no comer del fruto de todos los árboles del Paraíso?"
El demonio no tienta aún, pero hace deslizar la conversación sobre terrenos más propicios para él. Su táctica permanece la misma hoy como siempre. A personas particularmente proclives a la sensualidad o a las dudas contra la fe, propondrá en términos genéricos, sin instigar todavía al mal, el problema de la religión o de la pureza. "¿Es cierto que Dios exige el consentimiento ciego de vuestra inteligencia o la ilimitada inmolación de vuestros apetitos naturales?"
3. La respuesta del alma
Si el alma, cuando advierte que el simple hecho que el problema se plantee representa un peligro, rechaza iniciar el diálogo con el tentador, desviando por ejemplo, el pensamiento y su imaginación a otros argumentos, la tentación es sofocada en su misma preparación y la victoria es tan fácil cuanto manifiesta y el tentador se retira humillado.
Pero si el alma acepta imprudentemente el diálogo se expone a un grave peligro.
"Y la mujer a la serpiente: Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; pero del fruto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos dijo que no lo comamos y que no lo toquemos, para no tener que morir"
El alma se da cuenta que Dios le prohibe cumplir aquella acción, entretenerse sobre esa duda, fomentar ese pensamiento o alimentar ese deseo. No quiere desobedecer a Dios, pero está perdiendo tiempo al recordar que no debe hacer eso.
El alma cedió terreno al enemigo, que se hace más audaz e intenta abiertamente el asalto:"Y la serpiente a la mujer: No, no morirán. Más aún, Dios sabe que cuando coman, se abrirán sus ojos y se convertirán en dioses como Él, conociendo el bien y el mal"
El demonio consigue persuadir al alma que detrás del pecado se oculta la felicidad. No le sugiere el pensamiento que "será como Dios" (una tal utopía la ha podido hacer creer una sola vez) pero le dice que será feliz si se abandona en esa circunstancia al pecado, ya que "Dios es infinitamente misericordioso y te perdonará fácilmente y será cosa fácil salir del pecado con un inmediato arrepentimiento".
Si el alma es condescendiente a estas insinuaciones, está perdida. Todavía hay tiempo para retroceder (la voluntad no dio aún su consentimiento) pero el peligro es gravísimo. Sus fuerzas se van debilitando, las gracias de Dios son menos intensas y el pecado le aparece cada vez más sugestivo.
"Entonces la mujer observó que el fruto del árbol era bueno para comer y agradable de ver y apetecible para lograr el conocimiento..."
El alma comienza a vacilar y a turbarse íntimamente. El corazón late con violencia en el pecho. Un extraño nerviosismo se posesiona de todo su ser. No querría ofender a Dios, pero por otra parte, ¡es tan seductora la visión que se le presenta por delante! Comienza una lucha demasiado violenta para que pueda durar mucho. Si el alma, en un supremo esfuerzo y bajo la acción de una gracia eficaz, de la cual es indigna por su imprudencia, se decide a permanecer fiel a su deber, saldrá sustancialmente vencedora, pero con un pecado venial en su conciencia (negligencia, semiconsentimiento, hesitación frente al mal). Las más de las veces cumplirá el paso fatal hacia el pecado.
"Por eso tomó un fruto y comió dándole también a su marido junto a ella y él también comió"
El alma ha cedido a la tentación, ha cometido el pecado y muchas veces, por motivo de escándalo y de complicidad, lo hace cometer también a otros.
"Enseguida se abrieron los ojos de ambos y viéndose desnudos, trenzaron hojas de higuera y las colocaron alrededor de sus cinturas"
En su realidad, ¡cuánto difiere el pecado de la representación que había hecho la sugestión diabólica! Después de haberlo consumado, el alma experimenta de improviso una gran desilusión y un enorme desconsuelo.
El alma se da cuenta que perdió todo. Ha quedado completamente desnuda ante Dios: sin la gracia santificante, sin las virtudes infusas, sin los dones del Espíritu Santo, sin la amorosa morada de la Santísima Trinidad, sin los méritos conseguidos en tantos años de penosos sacrificios. Su vida sobrenatural fue sacudida por una explosión. En medio de un cúmulo de ruinas permanece sólo la desilusión y la carcajada sarcástica del tentador.
La voz de la consciencia se hace oír inexorable, reprochando por el pecado cometido:
"Oyeron la voz del Señor, que paseaba por el jardín a la hora en que sopla la brisa y se ocultaron de Él entre los árboles del jardín. Pero el Señor Dios llamó a Adán diciéndole: ¿dónde estás?
La misma pregunta hace la conciencia al pecador que en vano buscará una respuesta. No le queda más que caer de rodillas y pedir perdón a Dios por la infidelidad cometida, aprendiendo para el futuro, de la dolorosa experiencia a resistir al tentador desde el primer momento.
Conducta práctica ante la tentación
Es oportuno precisar mejor la conducta del alma antes, durante y después de la tentación, ya que será de gran utilidad en la lucha contra el enemigo.
La mejor estrategia para prevenir las tentaciones fue sugerida por Jesús mismo a los discípulos en Getsemaní: "Vigilad y orad para no caer en tentación" (Mt 26,41): vigilancia y oración.
* La vigilancia
El demonio no renuncia jamás a la posesión de nuestra alma. Si a veces parece que nos deja en paz, sólo es para volver al asalto en el momento menos pensado. Es necesario estar alerta para no dejarnos sorprender. Esta vigilancia nos debe llevar a la fuga de todas las ocasiones más o menos peligrosas, al control de nosotros mismos, al examen preventivo, a la frecuente renovación del propósito de no pecar nunca, a la lucha contra el ocio, etc.
* La oración
No basta por sí sola la vigilancia. El control más estrecho y los esfuerzos más generosos resultarían vanos si no nos socorriera la ayuda divina. La victoria sobre la tentación requiere una gracia eficaz y sólo la oración puede obtenerla. San Alfonso Mª de Ligorio, tratando de la gracia eficaz, afirmaba que ella sólo se podía conseguir por medio de la oración y repetía: "Quien reza se salva y quien no reza se condena". Nos damos cuenta ahora por qué el Señor en el Padrenuestro nos exhorta a pedir a Dios "no nos dejes caer en tentación". En esta oración preventiva es oportuno invocar también la ayuda de Maria, que nunca conoció el pecado y de nuestro Angel de la Guarda, que tiene la misión de defendernos de los asaltos del demonio.
Nuestra conducta durante la tentación se puede resumir en una sola palabra: resistir. No basta mantener una actitud meramente pasiva sino que es necesaria una acción positiva, que puede ser directa o indirecta.
* La resistencia directa
Afrontamos la tentación y la superamos haciendo lo contrario de cuanto nos sugiere. Por ejemplo: hablamos bien de una persona cuando tenemos un gran deseo de criticarla, damos una gran limosna cuando la avaricia nos pide cerrar la mano, prolongamos la oración cuando el enemigo nos sugiere acortarla u omitirla, pedimos el coraje de manifestar nuestra fe en público cuando el respeto humano nos hace sentir vergüenza, etc.
* La resistencia indirecta
Más que afrontarla, huimos de la tentación, dirigiendo nuestra atención a otra parte. Se nos aconseja esta resistencia, de preferencia, en pruebas contra la fe y la castidad, en las cuales no está indicada la lucha directa, dado el carácter peligroso y resbaladizo de la materia. En estos casos mejor es distraer con serenidad y calma nuestras facultades internas, sobre todo a la memoria y a la imaginación, con otros diversos pensamientos. Son recursos que dan resultados positivos y excelentes, sobre todo si se recurre a ellos ni bien aparece la tentación.
A veces la tentación perdura, no obstante nuestros esfuerzos y el demonio vuelve a la carga con incansable tenacidad. No hay que perder coraje. Esta insistencia constituye la mayor prueba que el alma no ha cedido. Insista en su negativa una y mil veces si es necesario, con gran serenidad y paz, evitando el nerviosismo y la turbación. Casa asalto rechazado constituye un nuevo mérito ante Dios y un robustecimiento para el alma. El demonio terminará por dejarnos en paz, sobre todo si no consigue, ni siquiera, turbar la paz de nuestro espíritu, que era tal vez, el único objetivo de sus reiterados asaltos.
Conviene siempre, especialmente cuando tenemos ante nosotros tentaciones prolongadas, manifestar lo que nos pasa en nuestra alma al confesor.
El Señor suele compensar con nuevas y vigorosas ayudas tales actos de humildad y simplicidad, de las cuales el demonio trata de alejarnos. Debemos tener el coraje de manifestar cada cosa sin rodeos, sobre todo cuando nos sentimos fuertemente inclinados a callar.
No olvidemos aquello que enseñan los maestros de la vida espiritual: una tentación manifestada está ya en su mitad, superada.
Nos encontramos ante uno de estos tres casos. O hemos vencido, o nos han vencido, o estamos en la duda.
Si hemos vencido
No olvidemos que la victoria es únicamente obra de la gracia. Debemos dar gracias al Señor con un acto simple y breve, acompañando nuestro agradecimiento con un nuevo pedido de ayuda para otras ocasiones similares. Podremos compendiar nuestro acto con esta, o con una equivalente invocación: Gracias, oh! Señor; debo todo a Ti; continúa ayudándome en todas las ocasiones peligrosas y ten piedad de mí.
Si nos han vencido
No debemos descorazonarnos. Recordando la infinita misericordia de Dios, arrojándonos como el hijo pródigo entre sus brazos paternos, pidiéndole sinceramente perdón y prometiendo con su ayuda, no ofenderlo más. Si la caída fue grave, no podemos limitarnos a un simple acto de contrición. Recurramos cuanto antes al tribunal de la penitencia y aprovechemos nuestra caída para redoblar la vigilancia e intensificar la oración.
Si estamos en la duda
Si dudamos en haber consentido en mayor o menor medida, no nos atormentemos con un examen minucioso y extenuante, porque una imprudencia tan grande provocaría otra vez la tentación y aumentaría el peligro. Dejemos pasar un cierto tiempo y cuando la calma vuelva, la conciencia nos dirá con suficiente claridad si hemos caído o no. En cada caso conviene hacer un acto de contrición perfecta y manifestar al confesor, en el momento oportuno, lo que sucedió tal como lo advirtió nuestra conciencia.
¿Un alma que comulga diariamente, podría seguir comulgando hasta el día establecido para la confesión, en la duda de haber consentido a una tentación? No puede darse una respuesta absoluta, que valga para todas las almas y para todos los casos. El confesor juzgará cada vez y el penitente deberá atenerse siempre con humildad a aquello que le manifieste su confesor o director espiritual sin discutir.
Bibliografía
"...Uds. son mis hijos, y no crean que los abandono. Uds. son libres en sus elecciones. Lo mío es sólo una invitación a seguir un camino recto.
Dios los ama mucho, pero Uds. no lo comprenden. Dios es omnipotente, Dios es clemente, Dios es misericordioso, pero no interviene siempre en esta Tierra, porque entonces Uds. no serían libres, estarían condicionados y obligados. Su deseo es el de tener almas que hayan elegido libremente el recto camino.
Yo vengo sólo para ayudarlos: soy la Madre de Uds. Estén siempre atentos a las tentaciones, luchen contra el mal en el nombre de Dios, para que sea glorificado y proclamado vencedor del mal...".
Belpasso, 18 julio 1986