MEDITACIONES SOBRE EL VIVIR EN GRACIA
Si deseamos vivir en la Gracia de Dios, debemos tener un modelo en el cual inspirarnos y que nos conforte en nuestro esfuerzo de perfección.
El modelo es la Santísima Virgen Inmaculada.
Ella no sólo aparece desde su Concepción como un océano ilimitado de perfección y de virtud, sino que toda su vida fue vida de perfección y de esfuerzo para permanecer en la Gracia, en la que fue siempre confirmada.
En cambio nosotros, en nuestra vida nos hemos manchado de muchas culpas. ¡Cuánta negligencia en el observar la Ley divina, cuántos preceptos transgredidos, cuántos deberes descuidados!
¡Veamos qué áspera lucha tiene lugar en nosotros mismos, veamos cómo los sentidos se rebelan contra la razón, y la carne contra el espíritu!
¡Cuántas veces hemos hecho infructuoso el don de la Gracia! ¡Cuánto tiempo hace que el Señor nos repite el deseo ardiente que tiene de nuestra salvación! Pero nosotros vamos contra sus deseos, rechazamos sus aspiraciones, resistimos su Gracia. Y si tal vez secundamos sus invitaciones, al fin no correspondemos a los fines altísimos de su Providencia.
Todo esto proviene de la falta del espíritu de oración. También desde el clero se estudia a Dios, se predica a Dios, se enseña a Dios, se discute sobre Dios; en los Evangelios y en las Escrituras se lee sobre Dios; y no obstante el espíritu permanece árido, sin devoción. Mucha ciencia y poca oración: todo el alimento es para el intelecto y nada para la voluntad.
Reflexionemos sobre el hecho que nuestra dependencia del Señor es esencial, absoluta, continua. ¿Por qué no tenemos entonces la mirada vuelta hacia el cielo para alabar, bendecir y glorificar la Divina Bondad?
Si enderezáramos cada cosa hacia Dios nos haremos santos. Es tiempo de decidirse: rectifiquemos nuestras intenciones, obremos el bien, amemos el bien, pero únicamente por Dios, Dios solo.
Intentemos imitar la perfectísima e Inmaculada Virgen Maria, siempre "aspirando a los carismas más grandes".
Si habláramos la lengua de los Ángeles, si conociéramos los arcanos de la mente de Dios, si a nuestra señal resucitaran los muertos, todo esto no nos valdría más que el tomar conciencia de nuestro estado de divinizados.
Son muy loables las virtudes cardinales, pero lo son más aún las virtudes teologales. Es preciosa la fe, preciosa la esperanza, pero de entre ellas es más grande la caridad, que trae consigo los dones del Espíritu Santo. (b. F.A. Fasani)
Archimandrita Marco (Don Vincenzo)