RELACIÓN DE ROSARIO TOSCANO - 11 de mayo de 1991

 

Queridísimos peregrinos

Ningún día como este 11 de mayo, quinto aniversario de la primera aparición de Nuestra Señora sobre esta roca, es más indicado para hacerles llegar a Uds. y a los otros hermanos no presentes aquí, la maternal invitación de la Reina de la Paz.
Sintiéndome fuerte con las palabras que la Virgen Santísima me dijo en la última aparición del 1º de mayo de 1988: "Mi Corazón Inmaculado estará siempre contigo", estoy más seguro que nunca, de satisfacer en su totalidad, el punto principal de los deseos de la Santísima Virgen.
Los exhorto entonces, a disponerse en atentísima escucha.
El 18 de junio de 1986, la Virgen dijo:
"Yo soy la Reina de la Paz y deseo revelar al mundo mi Amor. Mi Corazón está muy dolorido, y para hacer conocer el Corazón Inmaculado de la Reina de la Paz me serviré de ti".
Y bien, hoy vuelvo a proponerme el delinear plena y claramente esta misión que no es sólo para mí, sino para todos, para todos aquellos que quieran ponerse al servicio de la Virgen Santísima.
Todos conocen la devoción al Corazón Inmaculado de Maria, pero ninguno ha meditado profundamente sobre el inmenso significado de la misión que Dios ha confiado a esta sublime devoción: la Paz.
Decía San Luis María Grignon de Montfort:
"Para que llegue el Reino de Jesús, debe llegar primero el Reino de Maria".
Queridísimos peregrinos: el advenimiento de este reino es el período de paz que Maria nos ha prometido, y que todavía debe llegar. Por esto la Reina de la Paz insiste tanto que se conozca más el culto a su Corazón Inmaculado. Pero no en el sentido del simple conocimiento de esta devoción, sino en el sentido de empeño que, de verdaderos cristianos, debemos tomar referido a la misma.
Este empeño está centrado en el construir la era de paz prometida por Maria.
Si esperásemos el advenimiento de esta era sin un firme propósito de obrar con empeño en la misma, cometeríamos una grave falta. Y del mismo modo, si pretendiéramos construirla con nuestras simples y limitadas fuerzas, vaciándola de su espiritualidad, no confiando en Dios, Autor de todo bien, sería irrealizable.
Esta paz es una promesa, un proyecto que Dios quiso confiar a Maria. Por eso ninguno podrá obtenerla sin su intercesión.
He aquí la misión a la cual hoy estamos llamados.
No se puede exigir que la paz reine sin nuestra conversión. No debemos dejar esta responsabilidad a los grandes y a los poderosos, que el Señor considera una nada. Nosotros debemos atraer con nuestras buenas acciones la Misericordia de Dios respetando sus Mandamientos. Entonces acojamos como verdaderos hijos los consejos maternales que la Virgen Santísima nos ha dado en sus mensajes. Es por la Paz que Ella pide todavía la práctica de los primeros sábados del mes, con la confesión, la comunión y el recitado del Santo Rosario. Estos son medios potentísimos para derrotar al mal que se insinúa en nuestros corazones y en los del prójimo. Pero cuando Nuestra Señora pidió esta pía práctica, al final del mensaje agregó:
"Oración, penitencia, reparación".
Esto significa que no se puede cumplir con los deseos de Maria de un modo mecánico. Ella nos invita a darle nuestros corazones para llevarlos a Dios. Debemos sumergirnos en ese espíritu de oración íntima, confidencial, sentida. Debemos entender que antes de convertir a los pecadores, debemos convertirnos nosotros mismos con la penitencia, que debe hacerse a través de sacrificios y mortificaciones ofrecidas cada día en reparación de los pecados que hieren el Corazón de nuestra Santísima Madre.
Pero no nos olvidemos de ser cristianos operantes en la caridad. Amemos al prójimo, ayudémoslo, aliviémoslo, demos todo por los otros. Olvidemos los rencores, los prejuicios, no miremos a los pecadores, a los no creyentes con distancia y soberbia.
A los ojos de Nuestro Señor somos todos iguales, somos todos sus hijos, somos todos hermanos.
No nos cerremos en nuestro egoísmo y para vencerlo, miremos al Corazón de nuestra tiernísima Madre. Su amado Hijo fue crucificado por nosotros y todavía Ella nos ama, ama a cada uno de nosotros como si fuese un único hijo. Cada uno de nosotros debe poner en obra esta misión cada día de la propia vida, acordándose de ser un cristiano empeñado y operante en la caridad.
Pero no se crea que todo esto nos está impuesto como una obligación. Esto es un sendero para vivir en sintonía con el Señor y sus criaturas.
Para tal fin la Santísima Virgen, en su celestial Amor materno, ha pedido la construcción de una capilla, para que en el encuentro con Jesús nos sea más fácil recorrer este sendero, para que sea un punto de referencia, una escuela donde se aprenda a vivir en la imitación de Maria, una surgente de gracia, un lugar de protección de los males del mundo, en resumen un lugar donde, por medio de Maria, en un camino con Maria, se llegue a Jesús.
¿Cuáles son entonces, los signos maravillosos de este celestial Amor materno? Son las cosas dichas en los mensajes, que poco a poco se están cumpliendo.
El 23 de noviembre de 1986 Maria dijo:
"Deseo que se convierta Rusia", y agregó "¡Lo que pronto sucederá!".
Y he aquí que aparece en el horizonte la aurora de la esperanza prometida tres años antes.
En el mensaje del 1º de septiembre de 1987, aún dijo:
"Es necesario hacer mortificaciones para evitar la guerra en el mundo".
Y he aquí que se asoma en el horizonte de nuestra historia la nube amenazadora de la Guerra del Golfo, que no hemos sabido evitar, descuidados ante las advertencias de la Santísima Virgen.
La nube ya pasó, y aún si los daños que ha dejado y que provocará no son de desdeñar, nuestra Madre del Cielo nos dice en el mensaje del 1º de octubre de 1987:
"Si escucharan mis maternos consejos, habrá un período de paz y sólo las plegarias obrarán la purificación de sus corazones".
Entonces, de cuanto nos dice Nuestra Señora y por cuanto sé de los diez secretos que Ella me ha confiado, puedo decirles que la Paz está cercana, el período de paz está próximo, pero también depende de nosotros.
Atraigamos sobre nosotros la Misericordia Divina, no alejemos del Señor la mirada con indiferencia.
Oremos, oremos mucho porque el mal cometido por la humanidad y que la envuelve, esté mitigado con una radical conversión nuestra. Es necesario aprovechar este período de paz para hacer florecer en el mundo todo el bien posible.
Pero nuestra querida Madre conoce la debilidad de la humanidad. Sabe, y lo ha dicho en la última aparición, que luego del período de paz, los hombres se alejarán de Dios, se avergonzarán de Él, lo que será causa de desagradables eventos que nos involucrarán a todos, no de modo general sino de modo particular. Y luego Ella agregó (en esa misma aparición):
"La Iglesia tendrá que sufrir mucho".
Muchos se han preguntado si tales sucesos desagradables serán muy dolorosos. Les baste saber que he llorado por semanas enteras y quizás nunca más hubiera tenido paz, si el Corazón de nuestra Madre no me hubiera consolado y si la Gracia del Señor no me hubiera asistido.
Ahora estoy lleno de esperanza en la bondad del Señor. En efecto, Dios no quiere aterrorizar a sus hijos, pero los quiere advertir para que estén siempre listos, como el símbolo de los costados de la Virgen, ceñidos por una cinta blanca.
El Señor no abandona a sus hijos, su Amor es ilimitado, y cuando el mundo parezca atormentado por tristes eventos casi alcanzando el límite, brillará como un faro en la noche: el séptimo secreto. Del mismo la Reina de la Paz ha dicho:
"El será sustituido por otro evento que será hermoso para todo el pueblo de Dios esparcido por toda la tierra".
En efecto, la Virgen ha dicho que aparecerá todavía una vez más y que no sólo nos avisará a través mío antes de que esto suceda, sino que también vendrá a protegernos y a sostenernos cuando la prueba se haga más dura, haciéndome develar el séptimo secreto de la Misericordia. Pero esto aparece hoy tan lejano, que es bueno recordar las palabras de Jesús en el Evangelio:
"A cada día basta su pena".
Les he dicho todo esto sólo para informarlos, para hacerlos conscientes y partícipes de tantas cosas que tienen derecho a conocer y para invitarlos a una obra de difusión, ya que es bueno que estas cosas las sepan cuantas más personas sea posible y que se comiencen a convertir cuantas más almas sea posible, desde ahora.
Tenemos el honor y la obligación de ser hijos de Maria. Honor, porque nuestra misión nos llena de santo orgullo, pero también la obligación, porque esto es de grave responsabilidad.
Vayamos entonces, con el mandato que una vez nos dio Maria:
"Hoy son llamados a un deber particular que Dios, en Su Misericordia, ha querido confiarnos".
Y enseguida agregó:
"Estén agradecidos, pero no se ensoberbezcan, porque Dios no elige a los mejores, sino a los más dóciles a Su Espíritu".
Obremos con humildad, con amor y sin soberbia, y roguemos:
"No justicia, sino misericordia obtennos, oh Corazón Inmaculado de Maria, Reina de la Paz".
Te saludo, mi Reina, todo el mundo ante Ti se inclina, a todo el mundo iluminaste con el Fruto que llevaste. Te saludo, Reina mía, te saludo con el AVEMARÍA.

Rosario Toscano

 (ir a la 2da. relación)

 

(volver al inicio)